11.9.12

Un viaje a manera de prólogo (relato corto)


Tren de Barcelona a Valencia, 31-8-99

 
Un viaje, a manera de prólogo
 
 
Por fin un sitio tranquilo, “espacioso”… (bueno, dejémoslo), silencioso, sin escuchar trivialidades. Acá, en la última puerta del último vagón del último tren más olvidado de todos, acá estoy yo.
 
¿Es que no hay chispas en Benicásim? No, al menos por el momento. Cuando venga el otro, el otro instante, el que viene después de éste, nos dirán que no, que no es la falta de electricidad la causa del tremendo parón, que resulta que hay un tramo con solo una vía delante nuestro y que, claro, dos trenes no caben en el mismo espacio.
 
Pero, ya ves, mientras garabateo esto, ya se puso en marcha este moderno abalorio de cajas gigantes de zapatos.
 
(Si me equivoco en algo –ya sabes: algún error, etcétera– es a causa de un “hombre gris”, sí, muy encorbatado pero gris al fin y al cabo –ahora tiró su colilla por la puerta, pues nos paramos en una estacioncilla de tercera, pero me dejó el cubículo “empetufado”... –.)
 
Ya vino otro hombre gris (el primero se marchó un rato hará); pero éste no es “hombre” sino joven, “aprendiz”, vamos... pero casi que ni lo aparenta: con su pitillo-cometiempo en la mano, como uno de esos gángsters de humo frío que tan bien conoce Momo...).
 
Es bueno, realmente, pararse y mirar; o sólo pararse o pararse solo. Cierto: siempre “a solas”, si no, no hay parada que valga la pena... La conexión con los demás, de vez en cuando, hay que cortarla. Y al decir los demás me refiero al mundo que normalmente me rodea (podría emplear el impersonal pero prefiero personalizar... es más humano). También es obvio que no podemos vivir solos, aislados, en el sentido de “incomunicados”. Esto, pocos lo ponen en duda (pocos, porque en general las excepciones confirman la regla). Pero es indispensable, necesario, vital para el desarrollo “normal” de nuestra existencia, crear un tal espacio en el que sea imposible imponer programas al otro, pues solo hay uno: yo mismo. En esa soledad desconectada, todo nace de dentro: de la propia exigencia, si la hay; si no, se nota su ausencia. Desconectada, sí, del mundillo rutinario, quizá aburrido, quizá frenético, pero siempre epidérmico. Conectada, sin embargo, al gran enchufe, el que suministra la vida elctrificada por el Espíritu, comunicando ya sin parar la corriente nueva, creativa y contagiosa… Aunque ha de ser buena la conexión; si no, se ve…
 
Seguramente de aquel pararse sea esto lo mejor: ver, observarse, o simplemente sea estar, mirar, pensar... Creo sinceramente que es un excelente ejercicio de salud mental, psicológica y espiritual. Y también creo que demasiadas pocas veces practicamos este ejercicio tan saludable, no recomendado, eso sí, en ningún programa (ni escrito ni visual) ya que los rehuye todos...
 
Un largo trayecto en tren, por ejemplo, puede provocar reflexiones como la aquí descrita. Un viaje, a manera de prólogo. Los capítulos, quizá, no los escriba. Pero, ¿quién sabe? : ahora es de noche y ninguno lo esperaba, y así es. ¡Qué le vamos a hacer! ...